Muerte en Persia by Annemarie Schwarzenbach

Muerte en Persia by Annemarie Schwarzenbach

autor:Annemarie Schwarzenbach [Schwarzenbach, Annemarie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T00:00:00+00:00


Yalé

Tenía fiebre cuando Yalé y yo nos vimos por primera vez. Mi habitación estaba oscurecida por los viejos árboles del jardín y sus tupidos arbustos. Eran las cinco de la tarde de un tórrido día de julio. Yo yacía en mi lecho, sacudida por los escalofríos, esperando la arremetida de la fiebre. Yalé estaba pálida, el maquillaje azul de sus párpados le agrandaba aún más los ojos y otorgaba a su frente una blancura más nívea. El carmín artificial resaltaba en sus pómulos salientes como una enfermedad.

Había oído decir que padecía tuberculosis. De niña había estado con su madre en Davos. Luego estalló la Guerra Mundial, y su madre, joven y bellísima, abandonó a su marido. Este se lo hizo pagar a la niña; la mandó a una escuela en Turquía y le impidió todo contacto con la madre.

En aquel entonces, Turquía era un país pobre, asolado por la guerra y entregado a una heroica lucha de liberación. También el padre de Yalé era pobre, y los niños pasaban hambre en la escuela. La madre de Yalé, que tenía un amigo rico, solicitó la custodia de la niña. Pero al padre le importaba más su propio honor que la vida de Yalé, ya entonces demasiado frágil. Esta creía que se moriría pronto, sin volver a ver a su madre.

Entretanto, Kemal Pasa, patriota duro e impetuoso, obtuvo sus primeras victorias desde las estepas de Anatolia. Fueron asesinados los griegos de Esmirna, se retiraron los ingleses y comenzaron las persecuciones de los armenios. Los valientes kurdos se alzaron en sus montañas, pero Kemal Pasa logró reducirlos a la obediencia.

La madre mandó secuestrar a Yalé de la escuela y llevarla a casa de su amante, un poeta que gozaba del favor del dictador. «Fueron mis años más felices», diría Yalé más tarde. Cuando la enfermedad volvió a declararse tuvieron que ingresarla en un sanatorio —esta vez no en Suiza sino cerca de Estambul—, y después el padre se la llevó a Teherán.

Ahora tiene otra mujer y con ella otra hija, Zadikka, aún más bella. No obstante, no quiere soltar a la mayor. Jamás le perdonará a Yalé que su primera mujer lo haya abandonado. Jamás le perdonará el dolor de haberse sentido viejo cuando la circasiana era joven y bella. No le perdonará que su joven madre no lo amara y que no respetara su honor al dejarlo por otro.

Probablemente ama a Yalé, tan parecida a su madre. Pero le hará pagar ese amor, tan similar al odio.

—¿No se puede hacer nada por usted? —me preguntó Yalé.

—Es pasajero —dije yo. Mis dientes castañeteaban por los escalofríos; sabía que tenía que juntar las rodillas apretándolas una contra la otra y agarrarme a la almohada; sabía que los dolores de espalda aumentarían hasta hacerse insoportables. Pero ante Yalé no tenía por qué sentir vergüenza. Mi mano yacía entre sus alargados dedos, agradablemente fríos.

—Después de esto llega la fiebre —dijo.

—Sí —dije—, entonces me encontraré mejor. Entonces soñaré.

La miré. Sentí cómo su presencia insólita me consolaba.



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